Entrevista con José Manuel Retrepo Abondano, Rector Universidad del Rosario.
La innovación, investigación y conocimiento en la educación superior en Colombia retos y oportunidades.
En el posconflicto, la educación superior debe repotenciar su vocación para la generación de bienes públicos para la sociedad colombiana. En primer lugar, el sistema de educación superior debe ser el espacio natural para repensarnos como sociedad, afianzar nuestro sistema de valores e irradiar estos logros tanto horizontal como verticalmente.
Horizontalmente, la educación superior del posconflicto debe ser efectiva en su interacción con el sistema de ciencia y tecnología, con el gobierno y con el sector privado. Verticalmente, debemos proponer ajustes a la educación de primera infancia y a la educación media. De hecho, diferentes investigaciones han demostrado que las competencias socioemocionales, que se desarrollan prolíficamente en la primera infancia, son fundamentales para el desarrollo personal y profesional de nuestros futuros ciudadanos. Así mismo, el fortalecimiento de las competencias transversales en la educación media nos va a permitir una interacción más enriquecedora con nuestros estudiantes del sistema de educación superior. Con esto, podremos avanzar estructuralmente en las tendencias del aprendizaje autorregulado y a lo largo de toda la vida.
Evidentemente, la educación superior del posconflicto se convierte en pilar estratégico del modelo de desarrollo socioeconómico del país, en la medida que además de preparar a nuestro país para los desafíos de la cuarta revolución industrial, permite plantear cuestionamientos con los cuales estamos en deuda desde hace muchos años, tales como: el crecimiento con equidad, el desarrollo sostenible y la integración del sistema económico informal con nuestras instituciones formales.
Aunque parezca repetitivo, insisto que los atributos de calidad y pertinencia tienen que afianzarse en el sistema de educación superior colombiano. En cuanto a calidad, es hora que en el nuevo país que estamos repensando, las universidades colombianas nos apalanquemos en la autonomía universitaria para definir modelos autorregulados de buen gobierno bajo los principios de transparencia, acción colectiva y confianza. Así, podremos desde lo local hasta lo regional proyectar unos atributos de calidad que son la única garantía para proyectar confianza al contexto internacional y así poder orientar los grandes fondos de cooperación científica hacia nuestro país, lo cual nos permitirá a todos, disminuir nuestros niveles de dependencia tanto de fuentes privadas como públicas.
Por otro lado, en cuanto a la pertinencia, el sistema de educación superior colombiano debe atender, sin falsos dilemas, tanto los requerimientos del sector productivo como los intrínsecos a la generación capacidades científicas para mover fronteras del conocimiento a través de la investigación. En este sentido, es primordial que muy rápidamente avancemos en quitar los estigmas a la formación técnica y tecnológica, para valorizarla y convertirla en un vehículo de consolidación de la clase media emprendedora colombiana.
En conjunto, los logros de calidad y pertinencia, sumados a nuestra creatividad y resiliencia, nos convertirán en líderes regionales en materia de desarrollo de competencias laborales y científicas consistentes con los desafíos del entorno socioeconómico en el que se despliegan.
Generar nuevo conocimiento implica un desafío muy importante para el sistema de educación superior colombiano, el cual consiste en el fomento de la cooperación y la interdisciplinariedad. En efecto, el entorno competitivo de la educación superior en el contexto global, no puede llevarnos a una falla de “exceso de competencia” entre instituciones de educación superior. Por consiguiente, es clave hacer apuestas agresivas por la consolidación de alianzas, y por qué no, por la construcción de instalaciones de investigación compartidas entre universidades.
Solo en un contexto integrado y multi-disciplinar podremos reunir esfuerzos para hacer aportes trascendentales a la ciencia y a la sociedad. Todo esto plantea el despliegue de dinámicas colaborativas entre instituciones de educación superior en respeto de los sellos o aspectos diferenciales de cada una de ellas.
Estoy convencido que la academia es la incubadora más importante para la innovación. Efectivamente, en la co-generación de conocimiento y en el trabajo científico que se despliega en la universidad, se conforman laboratorios de innovación de los cuales surgen ideas que una vez verificadas y maduradas podrán ser trasladadas al sector real.
No obstante, esta incubadora requiere la coordinación armónica de la comunidad académicas con el entorno socioeconómico en el cual se circunscribe con el fin de asegurar la pertinencia.
También es clave reconocer que la innovación que se gesta en la academia no solo es de carácter científico y tecnológico, sino también social. En esta última dimensión, la universidad se convierte en un laboratorio de innovación social en la medida en que motiva a sus actores a plantearse profundos cuestionamientos sobre el modelo de valores que verdaderamente nos proyectará a la maximización de bienestar social.
En el recientemente publicado ranking de The Times Higher Education, solo cinco universidades colombianas clasificamos por debajo del top 500 mundial (en su orden en función de la variable de investigación: Antioquia, Andes, Nacional, Javeriana y Rosario). Esto, a pesar de ser un logro que nos enorgullece, es el reflejo de los desafíos tan importantes que tenemos como país para mejorar en temas de investigación, dado que esta variable es un componente muy importante en esta medición.
Más específicamente, en materia de investigación, no solo es importante la voluntad de las universidades por fortalecer nuestra infraestructura científica, sino también el contexto de política pública en materia de ciencia, tecnología e innovación. Desafortunadamente, en este aspecto, el país ha cometido unas equivocaciones trascendentales que nos han hecho retroceder en materia de rankings internacionales en innovación. A título de ilustración en el pilar de innovación del ranking de competitividad global del Foro Económico Mundial, pasamos de la posición 72, hace diez años, a la 79 en 2017. Así mismo, en materia de disponibilidad de servicios de investigación pasamos de la posición 71 en 2007 a la 85 en 2017, con un retroceso de 14 posiciones globales en diez años.
En consecuencia, es fundamental que podamos definir un nuevo modelo de interacción público-privado alrededor del mejoramiento de nuestras capacidades científicas, con el fin de recuperar el terreno perdido y proyectar confianza en el contexto internacional. Solo así, podremos apalancar fuentes de recursos internacionales que dinamicen nuestros procesos de generación de conocimiento, así como su proyección hacia soluciones concretas que mejoren nuestro bienestar.